viernes, noviembre 23, 2007

La sonrisa de Sipa

No pretendo, válgame Dios, repetirme, por lo menos a sabiendas (de eso habría mucho que comentar: acabamos repitiendo tantas cosas), pero ... es que me parto, me troncho y me mondo (me recuerda a alguien que lo decía muchas veces).
Fíjate, lector/a, que hoy, ya sabes que a estas horas -son las siete y pico de la mañana- llevo puesto el delantal, me he vuelto a encontrar a Sipa.
Tú dirás: ¿y quién es ella?, ah, lee las otras entradas que hay en mi blog y te enterarás.
Pues bien, allí estaba cuando yo he abierto la puerta de mi casa para pasar la fregona, no sentada, no, sino barriendo la calle.
Holaaaaaaaaaa, nuestro saludo se va haciendo cada vez más efusivo. No sé adónde vamos a parar. Me dice que hay menos trabajo, hoy no hay viento ni llueve, así que los arbolitos ya no dejan caer hojas (las pocas que les quedan). Empiezo con una metedura de pata: Hola, Sapi, porque es así tu nombre, ¿no?. Sipa, me contesta, con su sonrisa divina de siempre. Y tú, tu nombre?, ah, sí, María Jesús. (Qué más da el nombre..., pues sí que da, claro que da, que bien que nos gusta que de otras bocas salgan las oclusivas, fritativas, africadas, laterales, nasales, laterales, vibrantes... que forman nuestras identificaciones), y qué tal, y ¿sabes que he escrito en el ordenador sobre ti?, ¿y eso?, ah, ¿y tú sabes?, bueno, pues sí. Y hago gesto de teclear, aunque parece más bien que imite a un pianista, malo, eso sí, que soy muy realista. (Sin pretender pareado me ha salido este altercado).
Y qué ilusión verte, pues yo también, hala.
Y me dice que ayer miró hacia mis ventanas y vio las luces encendidas (en esta sociedad las luces, las televiones, etc, se encienden; cualquier día ardemos todos. Quizás habría que cambiar eso, aunque sería tema de otro escrito, no de éste). Y también me dice que habla con un señor que aparece en otra ventana y yo pienso: vaya, al final haremos un desayuno popular. Pero resulta que ese señor, al señalar la ventana en cuestión, de la casa contigua, es mi padre, y ya me quedo más tranquila, se queda todo en la familia. (Qué manía con las rimas).
Porque, lo dicho, eso de que uno mire hacia arriba para esperar ver a alguien me está haciendo pensar que sí, que a mí, que soy ese alguien, también me gusta oír la escoba por la calle y escuchar la voz de quien , aún de noche, aparece con una redecilla en el pelo (¿el pelo?, no, una mata enorme en plan Margaret, March, Simpson, que hace que suba un tubo hacia el casi infinito. Ya me gustaría a mí, ya). Con una redecilla, sí, y con un uniforme de trabajo, como es el mío en este momento (no me repetiré, no lo haré, refiriéndome al delantalito de cuadritos, qué digo de cuadritos, de cuadros de menú del día), y con una sonrisa que cada vez me alegra más.
Oye, será que es viernes o que me gusta mirarnos.
No sé, y repito, adónde vamos a parar.

3 comentarios:

Fran dijo...

Hola, María J. al fin he podido entrar en tu blogger.... ¡me ha costado bastante¡

Otro día le dedicaré más tiempo pero ahora me tengo que ir, nos vemos la semana que viene en el cole.
¡Hasta luego!

BL dijo...

Sapi, Sipa o Lisa. En el fondo, una sonrisa es una sonrisa. Algo que denota empatía entre dos accidentes, entre dos sonrientes que sonríen. La sonrisa es franca, lo otro no son más que fariseísmos. Por suerte, esas sonrisas mañaneras ya nos alegran el día, como el "buenos días" del milano al rayar el alba o el "buenas noches" del cárabo desperezándose.Nada hay tan simple y tan gratificante como esos momentos inesperados, por mucho delantal de mantel de menú o cubo de "todo cien" que acarreemos. Más tarde vendrán los malos humores, las prisas, los celos, los recelos y demás rimas denostables.
Lo malo de todo ello es que cuando no vemos al milano de cada día, no observamos al cárabo en su hilo de la luz o no compartimos la sonrisa diaria con Sipa, un vacío desde los adentros nos aflora a flor de labios y sólo nos resta, involuntaria y similicadente, una sonrisa de Gioconda.

Mª Jesús Lamora dijo...

Je, je, Fran, ¿cómo es que te ha costado tanto entrar aquí?, pero...¿ qué haces, hijo?. Espero que alguna vez te apetezca mirar las palabras que quiero compartir.

La sempiterna sonrisa de la Gioconda...
Prefiero la mirada brillante, el apretón de manos enérgico, la pasión en el abrazo, en la lectura, incluso en el timbre del despertador por la mañana.
Mientras se pueda, claro.