Ayer, o hace veinte años, la mujer descendió del coche y tomó el bebé que permanecía dormido en el cuco colocado sobre el asiento posterior.
Su amiga también bajó y cogió los bolsos de ambas.
Era un aparcamiento subterráneo.
En el mismo instante y enfrente de ella, alguien asomó su cuerpo por la puerta de un BMW. También tomó un bebé de un cuco colocado en el asiento posterior. También una mujer se apeó y también tomó su bolso.
Cuatro palabras de sorpresa y una de adiós.
No era el momento, ni el lugar, ni el día, ni el mundo ni la vida en que aquella mujer y aquel hombre tendrían que haberse hablado. Tal vez en otro.
Han pasado veinte años y jamás han vuelto a verse.
Su amiga también bajó y cogió los bolsos de ambas.
Era un aparcamiento subterráneo.
En el mismo instante y enfrente de ella, alguien asomó su cuerpo por la puerta de un BMW. También tomó un bebé de un cuco colocado en el asiento posterior. También una mujer se apeó y también tomó su bolso.
Cuatro palabras de sorpresa y una de adiós.
No era el momento, ni el lugar, ni el día, ni el mundo ni la vida en que aquella mujer y aquel hombre tendrían que haberse hablado. Tal vez en otro.
Han pasado veinte años y jamás han vuelto a verse.
Ayer, Johnny Mathis seguía cantando en la cinta de cassette que él le había regalado hacía veinticinco años.