Él jamás volvería a leer cuanto ella escribiera, nunca más habría un momento que dedicarle. El tiempo, su tiempo, el que les envolvió tan lleno de imaginación, se rompió de repente, dejando a la intemperie las palabras, la poesía, el cine, la música y cuanto de bueno les deparó el pasado, que no fue otra cosa que el alma.
Como tantas veces, como siempre, ella siguió pensándolo, con ese ápice de tristeza que da el desamor y el olvido, aun a pesar de tantas estaciones transcurridas.
Y quiso recordarle a través de un simple calendario.
Cuando vio a Audrey Hepburn, tan hermosa, en aquel escaparate, desayunando con diamantes y, sobre todo, veraneando en Roma, entró y lo compró.
Y lo guardó, sin siquiera pasar las hojas de los meses, como si todo se hubiera detenido hasta la eternidad. El día que él se fue.
Como tantas veces, como siempre, ella siguió pensándolo, con ese ápice de tristeza que da el desamor y el olvido, aun a pesar de tantas estaciones transcurridas.
Y quiso recordarle a través de un simple calendario.
Cuando vio a Audrey Hepburn, tan hermosa, en aquel escaparate, desayunando con diamantes y, sobre todo, veraneando en Roma, entró y lo compró.
Y lo guardó, sin siquiera pasar las hojas de los meses, como si todo se hubiera detenido hasta la eternidad. El día que él se fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario