viernes, diciembre 14, 2007

De ayer, cuando anochecía

Tengo frío. La calefacción del coche está estropeada desde hace tiempo. He salido sólo un momento, sin abrigo y en zapatillas, para acercar a María al autobús de línea que la va a llevar a Monzón. Siempre me espero a que se vaya para volver a casa.
El hombre casi sin dientes lleva un perro en brazos. Acaba de cerrar la puerta de una clínica veterinaria ubicada enfrente de donde me encuentro. Pasa junto al cristal que me separa de la calle, despacio, abrazando al animal. Le habla como si fueran sus palabras las que podría dirigir a un niño.
Bajo la ventanilla y le pregunto por el vendaje que asoma en una de las patas
- Le acaban de inyectar suero. Lleva un catéter y una venda para que no se lo arranque. Hemos de volver. Tiene un virus y hay que tratarlo.
-De qué raza es? Es un pastor alemán, me ha parecido entender; cuando sea mayor pesará unos treinta o treinta y cinco kilos. Ahora tiene tres meses.
Un poco rezagada sigue su mujer, también anda despacio.
El hombre casi sin dientes coloca suavemente al perro en una caja que tiene preparada en la parte posterior de una furgoneta vieja, supongo que la misma donde ha ido hasta llegar aquí. Después, él y la mujer se acomodan en los asientos delanteros.
Los tres, así, dentro de ese espacio, parecen personajes de un cuadro antiguo.

Me olvido de preguntarle el nombre.
Si estuviera más cerca y no hubiera pasado el tiempo... volvería.


(De ayer, cuando anochecía, tan pronto, y las luces de las calles iluminaban las esquinas)

2 comentarios:

elena losada dijo...

Nada más hace falta mirar alrededor para descubrir escenas entrañables, como la que acabas de relatar.
Me recuerda a un perro que tuve hace tiempo y al que cuidé hasta que se hizo viejo y murió.
Como dice BL,gracias por tu tiempo.

Mª Jesús Lamora dijo...

A ti, Elena, por leer.